Historia

la Ex-hacienda de Guadalupe en propiedad de la Universidad Autónoma de Nuevo León desde 1980.

La búsqueda de identidad, el sentido de pertenencia y la mística son condiciones inherentes a las sociedades humanas; los pueblos rescatan elementos que les dan fisonomía pero muchas huellas quedan enterradas en el escarpado terreno del ayer. Es así como el mito y la leyenda se conjugan con la historia para dar testimonio de las vidas que sucumben al pasado.

La entraña histórica del tiempo hace brotar las raíces que explican el origen colectivo y personal; sus pasajes son puertas de escenarios que van de lo propio a lo universal en un trayecto continuo; ahí confluye la anécdota y la epopeya como expresiones necesarias del acontecer.

Hay portales que se cruzan con inusitada frecuencia; otros al ser parte de lo cotidiano, escapan al asombro de su augusta presencia; así aparece la imagen de la Hacienda de Guadalupe, ícono regional que explica la esencia de múltiples instantes enlazados en perspectiva temporal.

El escenario colonial del siglo XVII contempló la construcción de la Hacienda cuyo nombre surge de la devoción por la Virgen de Guadalupe. A doce kilómetros en sentido oriente del centro de la actual ciudad de Linares, el Capitán Alonso de Villaseca, un rico minero español, fundó el edificio en 1667. En aquellos años, pocos tenían mucho y muchos no tenían nada; los conquistadores se convertían en dueños del suelo y las razas autóctonas en cazadores de alimento y resguardo. Parecía que la única forma de tranquilizar el espíritu enardecido de los naturales era mediante el catequismo, así que Don Alonso de Villaseca donó la Hacienda de Guadalupe a los Jesuitas con la finalidad de convertir al cristianismo a los indios alzados de la región.

Durante una centuria la Hacienda se sostuvo por los pilares de la fe que profesaban los Jesuitas; sus paredes de sillar son testigos silenciosos de los novenarios que se hacían para celebrar a San Ignacio de Loyola, mismos que concluían el 31 de julio de cada año.

En 1767 los jesuitas fueron expulsados de la Nueva España – nombre colonial de México – y la Hacienda quedó en manos de la familia Urquijo. Mucha gente se empleó en la siembra de maíz, frijol y naranjos en sus fértiles tierras regadas por el caudal del río Pablillo. Tiempo después, en el año 1800, Don Remigio Rojo, un rico hacendado español, compró la Hacienda y todos los bienes de Don Luis Urquijo, mismos que heredaría en 1885 a su hija Elvira. Ella contrajo matrimonio con el Marqués Luis Aguayo y procrearon cinco hijos: Elvira, Delfino, María Luisa, Ángel y Remigio Más tarde, en 1910, cuando el descontento popular se alineaba en las filas de la Revolución, Remigio Aguayo Rojo heredó la Hacienda de Guadalupe.

El panorama había cambiado, las profundas diferencias entre hacendados y trabajadores habían formado un abismo del cual surgía el reclamo de caudillos y soldaduras. Las tropas revolucionarias mellaron el rostro del país con cañones y revueltas, una de ellas, en 1919 irrumpió en la Hacienda de Guadalupe; según rescata la tradición oral, los carrancistas utilizaron la Casa Grande para subir los cañones hasta la azotea y bombardear a los villistas que se encontraban en la Loma del Arenoso. Hubo muchos muertos y heridos, mientras que los dueños se habían retirado; los deudos no encontraban sosiego ni tenían capilla donde elevar sus oraciones ya que la iglesia había sido clausurada porque se pensó que los sacerdotes habían participado en la rebelión.

Transcurre el tiempo y los campesinos, motivados por el espíritu revolucionario, reclamaban la dotación de tierras que estaba en manos de los hacendados. En Linares, la respuesta llegó en 1925, cuando el Gobierno dio instrucciones para que se instalara el Comité Municipal dependiente de la Comisión Nacional Agraria para pedir la restitución o dotación de ejidos. La Hacienda de Guadalupe contaba con 31 000 hectáreas en ese tiempo, pero en 1935 Don Remigio Aguayo Rojo perdió gran parte de sus propiedades con la ley agraria; algunos estuvieron a favor de él, pero la mayoría se apegó a la ley ejidal.

Otra encrucijada que sufrió la Hacienda en medio de la paulatina transformación del país, fue un embargo por doce mil pesos, problema que no pudo resolver el entonces administrador Pedro Garza Ríos por ser hacendado; en esa situación se nombró a Don Miguel Cabrieles Núñez para que desempeñara el cargo y así se logró sacar la requisición en dos años.

Después de aquella vicisitud, la Hacienda recuperó la calma; el cultivo de caña, maíz y frijol, así como la cría de ganado fueron otra vez el motor de la economía; nuevamente la fe encontró expresión en rosarios y alabanzas, rituales que se complementaban con originales danzas y ráfagas de luz de los cohetes para celebrar el día de la Virgen de Guadalupe; costumbre cuyos gastos sustentaba el patrón.

No obstante, Don Remigio Rojo, ante la incertidumbre de perder las tierras que le quedaban por el vaivén que dibujaba el agrarismo, decidió vender sus propiedades en noviembre de 1942 al Sr. Pablo Bush; a partir de esa fecha todo fue administrado por el Lic. Jesús Ramal Garza durante casi diez años. Las actividades agrícolas y ganaderas continuaron en los ranchos de la Hacienda hasta que el Sr. Bush rentó sus propiedades al Sr. Ismael Cantú quien convirtió los establos y corrales en una importante lechería; ahí se compraba la leche de gran parte de la región para elaborar quesos y otros productos lácteos, pero años más tarde, Don Pablo Bush decidió suspender la renta de sus propiedades para convertir la Hacienda en una empacadora de naranja.

Ese nuevo giro comercial mantuvo a la Hacienda por algunos años y representó una fuente importante de empleo para mucha gente de la región, pero la bonanza económica llegó a su fin cuando la naranja comenzó a escasear, así que en 1952 Don Pablo Bush decidió vender la propiedad al Sr. Lainer, un terrateniente norteamericano cuyos bienes administró el linarense Guadalupe Guerra.

Otra vez el cultivo de maíz y forrajes cubrió de verde los campos de la Hacienda, mismos que en 1955 serían comprados por el Sr. Daniel Carter, de origen extranjero, y administrados por el Sr. Benjamín Tsuart. Posteriormente, en 1976 volvió a hacer eco la voz de ejidatarios de la región; el gobierno mexicano le quitó 240 hectáreas de tierra al Sr. Carter, únicamente le dejaron cinco, las del casco de la Hacienda.

Fue entonces cuando el edificio empezó a mostrar signos de deterioro en sus paredes de sillar, el techo, las vigas y hasta en la iglesia porque, según testimonios orales, nadie se responsabilizó del lugar. Los señores Miguel Cabrieles, Bernardo Serna, Fructuoso López, Juan Matamoros, Pablo Cabrera, Antonio Pecina y Homógono Serna vivían en las instalaciones de la Hacienda ya que trabajaban para el Sr. Carter; cuando la ley ejidal se hizo presente, estuvieron a punto de ser desalojados por los ejidatarios y perder sus solares, pero siguieron las recomendaciones de un licenciado cuyo apellido es Ardínes, y su situación quedó resuelta, mas no la de la Hacienda… Con el ánimo de pedir asesoría y buscar un comprador para la Hacienda, este grupo de personas acudió con el Lic. García Terán y en 1980 se realizó la venta a un norteamericano de San Francisco California; como administrador continuó el Sr. Benjamín Tsuart.

En 1981 la Universidad Autónoma de Nuevo León compró la Hacienda de Guadalupe con el propósito de establecer una institución de educación superior. Los trabajos de remodelación para tal fin ocurrieron en forma paralela a la construcción de la Presa José López Portillo (Cerro Prieto) cuyo paisaje realza la genuina belleza del edificio.

En septiembre de ese año, se inauguró la Unidad como Instituto de Geología y Silvicultura, ante la presencia del Rector de la Universidad, el Dr. Alfredo Piñeyro López; el vicerrector Lic., David Galván Ancira, responsable de la Sede Linares y el Gobernador del Estado, Lic. Alfonso Martínez Domínguez. Un grupo de investigadores alemanes vinieron a México a través de un convenio de cooperación y junto con un grupo de Becarios Mexicanos lograron arrancar con el proyecto.

El Dr. Piñeyro encontró en Linares una alternativa para avanzar en la descentralización de la enseñanza del área metropolitana de Monterrey. El Instituto de Geología duró dos años y en junio de 1983 da inicio la Facultad de Ciencias de la Tierra. Para tal fin, la UANL becó a varios grupos de estudiantes para que se especializaran en las diferentes ramas de las Geociencias y al final de su formación ellos fueran la base del personal docente de esta institución.

Por un largo tiempo la Facultad contó con un plantel docente en su mayoría de origen alemán por lo que se lograron establecer contactos muy amplios en al ámbito Científico – Académico y de intercambio. Muchos de los logros fueron gracias al apoyo y excelentes contactos del Dr. Peter Meiburg quien fue un Científico con una amplia visión de la geología en el mundo entero.

El y un grupo de colaboradores alemanes, fueron los encargados de sacar adelante la educación durante varios años. Hoy en día después de mucho esfuerzo, la Facultad de Ciencias de la Tierra es reconocida nacional e internacionalmente por sus proyectos de investigación, sus sistema de enseñanza-aprendizaje, por su personal y por todos los logros que durante muchos años han mantenido en alto el nombre de nuestra institución.

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